Blah, blah, blah, blah…
Eso es todo lo que mis oídos están escuchando en este
momento. Solo murmullos. Palabras que no puedo entender. En este momento, son
casi la una de la tarde del día lunes veintinueve de diciembre y el aeropuerto está
abarrotado de gente. Colas interminables y exageradamente lentas. Personas
desesperadas por querer salir e irse a pasar un mejor momento en otro lugar, o
simplemente regresando a sus hogares después de unas merecidas vacaciones.
Es extraño como ahora que estoy aquí con mi computadora
todos me miran como si fuera un bicho raro, como si nunca antes hubieran visto
a una chica común sentada en un café, tomando una pepsi y escribiendo
tranquilamente en su laptop. Obviamente, no podía faltar el chocolate.
¡Chocolate para la
vida!
Si pudiera, le daría un chocolate a cada una de esas
personas amargadas a ver si eso ayuda a su mal genio, odiosidad y problemas
mentales. Pero como la vida no es siempre como lo queremos, tengo que lidiar
con ello. Sobre todo con todas esas personas problemáticas.
¿Qué porque estoy
hablando de personas problemáticas? Por
que las veo todos los días, cinco días a la semana en el trabajo y todos los días
es lo mismo. Todos los días es el mismo problema, las mismas discusiones y las
mismas personas.
A veces me pregunto: ¿No se cansaran?
Digo, debe cansar tocar el mismo tema cada día o semana y discutir sobre ello y
no llegar a ninguna conclusión. A pesar de que solo me rio de sus ridiculeces y
tonterías, después de un tiempo comienza a cansar y a ser tedioso.
Volviendo a las personas del aeropuerto, es increíble como
cuando te pones a observar de verdad, te das cuenta de infinidades de cosas que
nunca antes habías pensado ni te habías dado cuenta antes.
La inocencia de un niño de alrededor de los cuatro años de
edad me conmueve y me hace sonreir. Los rostros cansados de los padres me hacen
ver el duro trabajo que debe ser criar un niño. La pareja en frente de mi,
metidas en sus celulares sin hablar de nada y con gestos aburridos me hace
darme cuenta de lo que la tecnología le ha hecho a la humanidad. Incluso hasta
los padres del niño dejan de prestarle atención en algunos momentos para
sumergirse en sus teléfonos.
Y a pesar de que yo también soy culpable y tampoco puedo
vivir sin la tecnología, soy consciente de todo eso que nos ha quitado.
Las personas se comunican menos, se relacionan menos.
Pretenden ser lo que no son a través de las redes sociales cuando la realidad
es completamente diferente. Algunos simplemente darían su vida antes que perder
sus aparatos o gastan todo su dinero en ellos. Otros simplemente aunque no
tengan los recursos necesarios, hacen lo posible por adquirir uno.
La familia juega con el niño y me hacen sonreír una vez más.
No todo está perdido.